A medida que van pasando los años, nos da la sensación de
que los festivales se han convertido en una forma, como otra cualquiera, de
pasar unas vacaciones: combinan el punto camping (o el hotel cutre para los que ya vamos siendo más veteranos), con el turismo gastronómico de tarde, la diversión
nocturna… además es evidente que, cuando la pensión no nos dé para más, la
mayoría de nosotros acabaremos “veraneando” en Benidorm, así que no está mal
poder viajar al futuro sin Delorean y, como nuestros padres/abuelos quitarnos
los complejos y ponernos unas alitas de plumas, unos tutús, unas gafas de
colores, unas camisas hawayanas de tres euros o un quitarrugas en forma de
sonrisa permanente.
Seguro que entre los rascacielos de la Nueva York
mediterránea un imitador de Frank Sinatra ha cantado alguna vez: “Beniyork,
Beniyork” a ritmo de orquesta pachanguera… Y no es descartable que María Jesús
siga tocando “los pajaritos” cuando sean nuestros alteregos jubilados los que
le toquen la moral al camarero de algún garito de la playa de poniente, o de la
plaza triangular J
pero, de momento, al menos musicalmente, tratamos de mantener el buen gusto. Y
aunque los espectáculos de los hoteles (con magos, imitadores de Abba, Queen,
Michael Jackson…) empiezan a llamarnos la atención, seguimos prefiriendo ver a
Love of lesbian, Grises, Crystal Catles, Monarchy, L.A…
En tres días de Low
Cost han pasado un millón de pequeñas cosas que hacen que sea inevitable volver
a la realidad con una pequeña sonrisa incrustada en nuestras caritas cansadas.
Adoramos los reencuentros con nuestra particular (y cada vez más grande)
familia festivalera y no importa si tenemos que hacernos 10 o 1500 kilómetros
para juntarnos, porque sabemos que, a ritmo de concierto, los males derivados
de la distancia y la rutina se van esfumando.
Para empezar a definir lo que hemos vivido estos días,
debemos empezar por el final… cuando inmersos en ese aura de desvarío,
olvidamos nuestra condición de modernos y degustamos ese desmadre
seudopoligonero transformando a nuestro
pequeño hipster gafapastero en un extraño elemento que berrea cachitos de
canciones de Perales, Miguel Bosé… ó nos damos cuenta de que debemos haber
salido muchas veces para, sin haber
tenido nunca entre nuestras manos un disco de los pegamoides, Dinarama o
Fangoria sabernos tan “al dedillo” las canciones viejas de Alaska.
Tres días antes de todo eso, tuvimos nuestra habitual odisea
de llegada a los festivales: unos porque veníamos de la otra punta de la
península, otros porque salían tarde de currar, y otros porque aun yendo con
tiempo tuvieron que ver que lo que se suponía una piscina donde pasar las
resacas postfestivaleras era un rectángulo de aguas estancadas en el que ni las
ranas más guarricas se remojarían, por no hablar de que en vez de portero de comunidad, se encontraron con 3 rumanos
tirando el tabique de la entrada para abrir la puerta… ¡qué sería de los festivales sin estas anécdotas!!!
Menos mal que nos tomamos las cosas con humor, que utilizamos
estos “sucesos” para reírnos un rato y que somos lo suficientemente positivos
para quedarnos con lo bueno. Porque, a pesar de los percances, nos dio tiempo a
llegar a ver a Delorentos, quienes a base de ritmos irlandeses , temones de ese “litle sparks” que tanto nos gusta y
ese hit tan único, tan SECRETo, que estimula nuestras ganas de saborear el
momento, hicieron que la mala pata se convirtiera en buen pie…
Con la primera cerveza de la tarde/noche comprobamos que el
recinto estaba distribuído como el año pasado y nos fuimos al escenario
principal a hacerle un guiño al pasado viendo el concierto de los enemigos. Es
extraño ir al festival y ver dos grupos sin sintetizadores, más que en el Low
Cost, teníamos la sensación de estar en el Viña Rock, pero agitamos lo que nos
queda de pelo al son de los ritmos guitarreros, recuperamos un poco de la
esencia de la movida madrileña, recordamos el conciertazo que nos regalaron en
el Sonorama del año pasado y nos preparamos para el tercer momentazo de la
noche.
Teníamos una ganas locas de volver a sentir el furor de “beachy
head” obligando a nuestras patitas a dar botes, y a convertir el ”bad feeling”
de la rutina en el buen rollo de festival; así que nos costó poco encontrar el
hilo conductor del “waiting for something happen” (uno de los discos del año)
con el movimiento evocador de los componentes de Veronica Falls sobre el
escenario. El concierto fue corto pero intenso, tanto que tuvimos que gastarnos
unos tokens antes de seguir sudando con Two door cinema Club.
Los norirlandeses vinieron dispuestos a completar la terna
de conciertazos; BBK, Biarritz y Benidorm que nos han regalado en el último mes;
y no defraudaron a nadie ofreciéndonos un noparar de hits durante casi dos
horas de botes al unísono, berridos y una pregunta irónica . “what you know?” a
la que la muchedumbre respondió saltando aún más y siguiendo el ritmo, marcado
por Benjamin Thomson, con el dedito levantado y los pelos sudados haciendo
reverencias al escenario donde Alex Trimble y compañía agradecían nuestro
acompañamiento con una entrega más que reseñable.
Por un momento se nos olvidó que el festival no acababa allí…
y nos vino bien que la organización nos diera un ratito para recuperar fuerzas
antes del concierto de Lori Meyers. Probamos algunas de las delicias fast food
de la zona de comida mientras oíamos de fondo el final del concierto de Svper.
Y mientras las chicas acababan de decorar, con sus pintalabios, los torsos
desnudos de nuestros corresponsables alados, nos fuimos acercando para coger
hueco en las primeras filas del escenario Budweiser.
Aunque reconocemos que “impronta” nos parece un disco para
quinceañeras, el concierto de los granadinos estaba subrayado en rojo en nuestra
agenda. Evidentemente, con el “Tokyo ya
no nos quiere” y el “luciérnagas y mariposas” ya nos habían conquistado; y,
siendo viernes, no estaban nuestros pies para parar de botar; así que una tras
otra fuimos sucumbiendo a la interpretación de “planilandia”, “el tiempo pasará”
y al consejo intrínseco de emborracharnos le unimos el desfallecimiento típico de
bailar “Mi realidad” y el gusto que nos dio recibir la visita de Anni B. Sweet a la que echábamos de menos desde aquel concierto íntimo en el museo Balenziaga...
Después, y sin alejarnos mucho de la costa guipuzcoana, encontramos una nueva definición de fuerzas de flaqueza
descubriendo lo nuevo de Delorean. Los de Zarautz han dejado de lado sus
inicios y han reinventado sus ritmos bailables. Nuestro yo nostálgico echa de
menos la guitarra de Tomás, pero la vida es un cúmulo de cosas que cambian y,
tras ver el concierto, nos morimos de ganas de que acabe el verano para tener
entre nuestras manos la nueva obra de arte de estos chicos que representan
fielmente lo que es el modernismo musical de la escena nacional.
Para el Thr!!!er de los chicos con nombre impronunciable,
nos pedimos el último litro de cerveza y alejados de la vibración de las
primeras filas absorbimos los restos de música sintetizada respirando los
restos de oxígeno nocturno que las canciones dance punk de este grupo americano
nos expiraban. Un gran fin de fiesta para un bonito día en Benidorm; Les
castizos y Yall cerraron el primer día de los más resistentes, pero one girl
and one boy se fueron a dormir dejando al trío calavera, al chico de la cruz
roja y los demás viendo amanecer.
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