martes, 30 de julio de 2013

Low cost 2013 (1.0)


A medida que van pasando los años, nos da la sensación de que los festivales se han convertido en una forma, como otra cualquiera, de pasar unas vacaciones: combinan el punto camping (o el hotel cutre para los que ya vamos siendo más veteranos), con el turismo gastronómico de tarde, la diversión nocturna… además es evidente que, cuando la pensión no nos dé para más, la mayoría de nosotros acabaremos “veraneando” en Benidorm, así que no está mal poder viajar al futuro sin Delorean y, como nuestros padres/abuelos quitarnos los complejos y ponernos unas alitas de plumas, unos tutús, unas gafas de colores, unas camisas hawayanas de tres euros o un quitarrugas en forma de sonrisa permanente.

Seguro que entre los rascacielos de la Nueva York mediterránea un imitador de Frank Sinatra ha cantado alguna vez: “Beniyork, Beniyork” a ritmo de orquesta pachanguera… Y no es descartable que María Jesús siga tocando “los pajaritos” cuando sean nuestros alteregos jubilados los que le toquen la moral al camarero de algún garito de la playa de poniente, o de la plaza triangular J pero, de momento, al menos musicalmente, tratamos de mantener el buen gusto. Y aunque los espectáculos de los hoteles (con magos, imitadores de Abba, Queen, Michael Jackson…) empiezan a llamarnos la atención, seguimos prefiriendo ver a Love of lesbian, Grises, Crystal Catles, Monarchy, L.A…

 En tres días de Low Cost han pasado un millón de pequeñas cosas que hacen que sea inevitable volver a la realidad con una pequeña sonrisa incrustada en nuestras caritas cansadas. Adoramos los reencuentros con nuestra particular (y cada vez más grande) familia festivalera y no importa si tenemos que hacernos 10 o 1500 kilómetros para juntarnos, porque sabemos que, a ritmo de concierto, los males derivados de la distancia y la rutina se van esfumando.

Para empezar a definir lo que hemos vivido estos días, debemos empezar por el final… cuando inmersos en ese aura de desvarío, olvidamos nuestra condición de modernos y degustamos ese desmadre seudopoligonero transformando a  nuestro pequeño hipster gafapastero en un extraño elemento que berrea cachitos de canciones de Perales, Miguel Bosé… ó nos damos cuenta de que debemos haber salido muchas veces para,  sin haber tenido nunca entre nuestras manos un disco de los pegamoides, Dinarama o Fangoria sabernos tan “al dedillo” las canciones viejas de Alaska.

Tres días antes de todo eso, tuvimos nuestra habitual odisea de llegada a los festivales: unos porque veníamos de la otra punta de la península, otros porque salían tarde de currar, y otros porque aun yendo con tiempo tuvieron que ver que lo que se suponía una piscina donde pasar las resacas postfestivaleras era un rectángulo de aguas estancadas en el que ni las ranas más guarricas se remojarían, por no hablar de que en vez de portero  de comunidad, se encontraron con 3 rumanos tirando el tabique de la entrada para abrir la puerta… ¡qué sería  de los festivales sin estas anécdotas!!!

Menos mal que nos tomamos las cosas con humor, que utilizamos estos “sucesos” para reírnos un rato y que somos lo suficientemente positivos para quedarnos con lo bueno. Porque, a pesar de los percances, nos dio tiempo a llegar a ver a Delorentos, quienes a base de ritmos irlandeses , temones  de ese “litle sparks” que tanto nos gusta y ese hit tan único, tan SECRETo, que estimula nuestras ganas de saborear el momento, hicieron que la mala pata se convirtiera en buen pie…

Con la primera cerveza de la tarde/noche comprobamos que el recinto estaba distribuído como el año pasado y nos fuimos al escenario principal a hacerle un guiño al pasado viendo el concierto de los enemigos. Es extraño ir al festival y ver dos grupos sin sintetizadores, más que en el Low Cost, teníamos la sensación de estar en el Viña Rock, pero agitamos lo que nos queda de pelo al son de los ritmos guitarreros, recuperamos un poco de la esencia de la movida madrileña, recordamos el conciertazo que nos regalaron en el Sonorama del año pasado y nos preparamos para el tercer momentazo de la noche.

Teníamos una ganas locas de volver a sentir el furor de “beachy head” obligando a nuestras patitas a dar botes, y a convertir el ”bad feeling” de la rutina en el buen rollo de festival; así que nos costó poco encontrar el hilo conductor del “waiting for something happen” (uno de los discos del año) con el movimiento evocador de los componentes de Veronica Falls sobre el escenario. El concierto fue corto pero intenso, tanto que tuvimos que gastarnos unos tokens antes de seguir sudando con Two door cinema Club.
Los norirlandeses vinieron dispuestos a completar la terna de conciertazos; BBK, Biarritz y Benidorm que nos han regalado en el último mes; y no defraudaron a nadie ofreciéndonos un noparar de hits durante casi dos horas de botes al unísono, berridos y una pregunta irónica . “what you know?” a la que la muchedumbre respondió saltando aún más y siguiendo el ritmo, marcado por Benjamin Thomson, con el dedito levantado y los pelos sudados haciendo reverencias al escenario donde Alex Trimble y compañía agradecían nuestro acompañamiento con una entrega más que reseñable.

Por un momento se nos olvidó que el festival no acababa allí… y nos vino bien que la organización nos diera un ratito para recuperar fuerzas antes del concierto de Lori Meyers. Probamos algunas de las delicias fast food de la zona de comida mientras oíamos de fondo el final del concierto de Svper. Y mientras las chicas acababan de decorar, con sus pintalabios, los torsos desnudos de nuestros corresponsables alados, nos fuimos acercando para coger hueco en las primeras filas del escenario Budweiser.

Aunque reconocemos que “impronta” nos parece un disco para quinceañeras, el concierto de los granadinos estaba subrayado en rojo en nuestra agenda. Evidentemente, con el “Tokyo  ya no nos quiere” y el “luciérnagas y mariposas” ya nos habían conquistado; y, siendo viernes, no estaban nuestros pies para parar de botar; así que una tras otra fuimos sucumbiendo a la interpretación de “planilandia”, “el tiempo pasará” y al consejo intrínseco de emborracharnos le unimos el desfallecimiento típico de bailar “Mi realidad” y el gusto que nos dio recibir la visita de Anni B. Sweet a la que echábamos de menos desde aquel concierto íntimo en el museo Balenziaga...
Después, y sin alejarnos mucho de la costa guipuzcoana, encontramos una nueva definición de fuerzas de flaqueza descubriendo lo nuevo de Delorean. Los de Zarautz han dejado de lado sus inicios y han reinventado sus ritmos bailables. Nuestro yo nostálgico echa de menos la guitarra de Tomás, pero la vida es un cúmulo de cosas que cambian y, tras ver el concierto, nos morimos de ganas de que acabe el verano para tener entre nuestras manos la nueva obra de arte de estos chicos que representan fielmente lo que es el modernismo musical de la escena nacional.

Para el Thr!!!er de los chicos con nombre impronunciable, nos pedimos el último litro de cerveza y alejados de la vibración de las primeras filas absorbimos los restos de música sintetizada respirando los restos de oxígeno nocturno que las canciones dance punk de este grupo americano nos expiraban. Un gran fin de fiesta para un bonito día en Benidorm; Les castizos y Yall cerraron el primer día de los más resistentes, pero one girl and one boy se fueron a dormir dejando al trío calavera, al chico de la cruz roja y los demás viendo amanecer.

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