lunes, 28 de noviembre de 2011

Dcode 2011 (Sensaciones)

Algo me dice que antes de reencarnarme por última vez estuve en Woodstock en el 69. Supongo que allí me comía todo el ácido que ahora repelo y que era feliz medio desnudo entre los acordes de las guitarras de Hendrix, las paranoias de Tim Hardin o la explosividad de Creedance y Janis Joplin, o promulgando el amor libre con mis gafitas de cristales redondos y mi barba de un mes... supongo que por éso tengo esas minidescargas cuando me entremezclo entre la gente y respiro el petardeo en el que ha derivado ésto de la música.

Los reyes del rock deben manejar los hilos de marioneta que nos provocan cabecear al son del 2x4 de las baterías o mueven nuestros arrítmicos piececillos simulando el golpeo de un bombo... Ser superestrella por un momento berreando o haciendo el gesto de puntear la mejor canción de The Hives, no tiene precio y si todo va regado con cerveza o el humo de unos cigarrillos de liar... mmmmmmm; no conocía esta sensación de sentirme incitado a abrazar a mi acompañante, o a hacer amagos de bailes, o buscar complicidad... musicalmente el dcode fue una, relativa, mierdecilla, pero me descubrió un lado de los festivales que desconocía. Fue un cúmulo de primeras veces en mitad de una tormenta de nervios e impaciencia; la música no suena igual cuando la compartes y lo visceral sabe a besos mentolados de energía por descargar. Siempre he pensado que amar es un sinónimo de complementar y quizá por eso siempre he asociado a la música con mi amante más fiel: por lo que me aporta, por lo que me supone, por lo que me da sin pedir más que una entrada o unos euros por cd (o por la conexión a internet, más bien, ja ja)... pero resulta que hay personas que pueden aportarte incluso más que éso y por suerte, yo estuve en Madrid con dos que me transmiten tanta paz y alegría como cualquier temón tocado en un perfecto directo.

Quizá por éso, preferimos disfrutar de los encantos de Madrid. Y mientras unos cerraban los afters nosotros nos almorzábamos la parte salada del mundo. Mientras unos tomaban el vermouth, nosotros platicábamos distendidamente sobre pasados, futuros y trazos intermedios. Mientras la monotonía agasajaba a los demás: nosotros consumíamos ofertas de 3x2 en cervezas o degustábamos ricas tortas de salmón y queso de cabra, o de guacamole en La latina. Y un café del tiempo, o con hielos; y más cerveza, y vasos enteros de sentimentalismo removido con gotas de ilusión y sabores que se acercan a la perfección;  

Alguien dijo que no hay nada mejor que la sensación de amar y ser amado. Supongo que las dudas existenciales tienden a privarnos de ése placer. Exigir está bien, pero si hay música, cervezas y amistad ¿qué más queremos? si acaso un hombre viejo desnudo observándonos en los baños comunitarios, o una tarjeta perdida,  o un cacho de cartón como abanico, o un poco de amor (del bueno),  un par de tijeras, unos regalos improvisados (otros materiales), algo de intimidad, dos tortilleras, un puesto ambulante de bocadillos, dos o tres taxistas chusqueros, 3 litronas frías del Día, unos sugus, chicles, desodorantes que crean bolitas bajo el sobaco, una simpática policía nacional, una embarazada y su marido, un poco de solidaridad con Siria, un tapeo por el centro de la capital, calor sofocante... y muchas más anécdotas perdidas en un mar de lagunas mentales transitorias :)

Lo malo también forma parte de lo perfecto y mientras no haya silencios incómodos... el placer se mezcla con el sinfín de palabras de la conversación; El dcode pasará a mi historia como el primer festival de otros muchos que vendrán, aunque supongo que en el futuro seleccionaremos mejor la música.

Bye 2


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